La temperatura de servicio de la cerveza es fundamental para revelar todo su sabor, y cada estilo requiere un tratamiento específico. Mucha gente cree erróneamente que la cerveza debe estar siempre muy fría, pero esto solo es cierto para algunos estilos; otros se disfrutan mejor a temperaturas más elevadas.
Las lagers y las Pilsner se consumen mejor entre 4 y 7 °C. En este rango, conservan su frescura, ligereza y el amargor equilibrado del lúpulo. Si se sirven más calientes, pueden parecer demasiado dulces o sin cuerpo.
Las IPA y los stouts se disfrutan mejor entre 8 y 12 °C. En esta franja, sus complejos perfiles aromáticos — cítricos, resinosos, acaramelados o de café — se desarrollan plenamente. Si una IPA está demasiado fría, el amargor del lúpulo puede dominar; si está demasiado caliente, la dulzura puede resultar excesiva.
Las cervezas más fuertes, como las barleywines, las dubbels o las cervezas envejecidas en barrica, deben servirse entre 12 y 16 °C. Esto permite que se revelen todas sus notas de fruta seca, madera, vainilla, chocolate y especias.
Incluso existe la práctica de dejar “atemperar” algunos estilos antes de beberlos. Por ejemplo, si se saca una stout o una barleywine de la nevera y se deja reposar a temperatura ambiente durante 10–15 minutos, su perfil de sabor mejora notablemente.
Así pues, es fundamental servir cada cerveza a su temperatura adecuada. Si está demasiado fría, puede perder sabor; si está demasiado caliente, puede perder su equilibrio refrescante.
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